A veces me gustaría escribir el mejor cuento, la poesía más
prolija, el libro que me convierta en autor. Digo “a veces” porque no todo el
tiempo estoy tratando de imaginarme un nombre como escritor sino que también
paso mis horas repartido entre otras actividades. Trabajar, estudiar, dormir,
comer y tratar de que una mujer no te escupa es siempre una tarea ardua que
deja poco tiempo para suponerse escritor. Todo seria más sencillo si pudiera garabatear
algo genial porque sé escribir. Mejor dicho: domino la coordinación viso motriz
que permite representar ideas con palabras. Saber escribir es otra cosa porque
seria algo así como decir que uno sabe jugar ajedrez porque conoce como se
mueven las piezas. Sin embargo siempre contemplo la idea de que en algún
momento aparecerá ante mi el texto que me salve y que tendrá mi firma. Lo
extraño de esto es que lo imagino, lo toco, le encuentro sustancia pero no
logro leerlo y ni siquiera me siento a escribirlo.
Usted como lector debe estar pensando: ¿Hacia donde va este
sujeto? ¿Por qué esta escribiendo esto? ¿Acaso es el principio de algo bueno? Lamento
responder que no. Esto que esta sucediendo no es otra cosa que un intento de
iniciar un texto sobre un hombre que pretende ser un escritor intelectual y que
en su afán por aparentar serlo solo se queda en la adopción de una imagen sin exponer
la sustancia de su obra. El proyecto de cuento termino en el primer punto y ya
no supe como continuar.
Y pensar que le acabo de robar unos minutos de su atención.
Tal vez por estas cosas a algunos nos será negado el cielo.
Perdón. Prometo que la próxima voy a escribir algo
interesante.